Seguimos compartiendo testimonios de algunos participantes de la VI edición del Desafío Catedral 2024.
Este año, Polly Bouquet (debutante total) y Juancho Elizalde (veterano con varias batallas y podios encima) nos contaron cómo vivieron esta gran experiencia deportiva y de camaradería.
Me anoté en el Desafío Catedral el último día de inscripción a última hora.
Mi entrenamiento hasta el momento era hacer funcional dos veces por semana y hace años que no corría ni una vuelta al Club. Así, en esas condiciones, me mandé. Necesitaba hacer algo que me hiciera bien e intuí que esto del tetratlón podía funcionar.
Cuando me confirmaron que había quedado adentro, empezaron a merodear en mi cabeza algunos pensamientos: “¿Soy capaz de hacerlo?”, “No voy a poder nadar tantos metros”, “No tengo tiempo para entrenar”, “Estoy loca, lo mío es otra cosa”, pero ya estaba en un chat, ya había presenciado una reunión de principiantes y ya estaba buscando traje de neoprene, no había vuelta atrás.
Las opiniones y consejos que llegan a los primerizos son de todo tipo: “Lo más difícil es la oscuridad del lago”, “¡El frío te cierra el pecho!”, “Hidratate siempre”, “Lo mejor es la comida del Refugio”, “Lo peor es el balcón del Gutiérrez”. Escuchando a todos y tomando por verdad a cada uno, comencé a entrenar.
El primer entrenamiento grupal fue una mañana de mucho frío, teníamos que nadar todos juntos varios perímetros de la pileta de Villa y luego correr 6 km. Yo, que hace años no corría ni una vuelta al Club. La experiencia fue caótica. Empiezo con crol, recibo una patada, doy una brazada, un montón de agua que me salpica y me entra en la boca, intento otra brazada, se me cierra el pecho, la gente nada muy cerca mío, me ahogo, mejor nado pecho, no puedo hacer esto, es imposible, nado crol, no, sí, yo puedo, nado crol, se termina el tiempo.
Parece que un poco lo logré. Salimos de la pileta y corrimos tres vueltas al Club (yo, que no corría ni una). Terminó aquella mañana y se me reveló una gran verdad: puedo más de lo que creo y si entreno mucho, voy a poder más. La ecuación era simple.
Los entrenamientos siguieron cada sábado y no me perdí ni uno, un poco por Sarmiento que soy y otro poco por miedo a no llegar.
¡No es una carrera, es un desafío! Repetían como mantra los organizadores.
Pasaron los meses y en cada entrenamiento pude más, y más, y más, hasta que un día nadando las patadas de los demás ni me asustaron y corrí las vueltas que había que correr. ¡Guau! ¡Lo que es el cuerpo, la mente y la disciplina! Hasta hace un mes me había costado el triple ese mismo entrenamiento.
Finalmente llegó la primera semana de marzo. Llegamos a Bariloche un montón de personas que estábamos eligiendo hacer eso porque nos hacía bien. Un montón de personas desafiándose a sí mismas. ¡Qué maravilla!
El viernes tuvimos el bautismo en el lago, las piedras me hicieron doler los pies y el frío era tal que no podía poner la cara en el agua. ¿Estábamos todos igual? ¿Alguien sentía eso como yo? Qué importante fue el grupo. Entre todos intercambiamos experiencias, consejos y, sobre todo, palabras de aliento. Por la tarde fue la charla final, al parecer el frío y el viento nos iban a complicar la travesía.
A la noche dormí poco, mis pensamientos volvieron a merodear “¿Estoy preparada para esto?” “¿Y si no lo logro?” De pronto, suena el despertador en la oscuridad de la noche, ¡había llegado la hora! El lago frío y la montaña altísima nos estaban esperando.
En el nado me desorienté, nadé crol, me alejé, volví, me choqué, tuve frío, hasta que de pronto le agarré la mano, cambié el aire y llegué. Listo, prueba 1 superada.
Luego el kayak. Esa disciplina resultó ser más complicada de lo que pensaba, un poco de olas, un poco ir en zig zag hasta que le encontramos la manera y dimos la vuelta. Prueba 2 superada.
Siguió la bici que fue para mí lo más difícil. La primera parte anduve bien usando los cambios como me habían enseñado, hasta que llegó el famoso y polémico Balcón del Gutiérrez, amado y odiado por todos. Mis piernas no dieron más, los cuádriceps estaban entumecidos y mi cabeza empezó a boicotearme, “¿Quién me manda? ¡No podés! ¡Estás agotada! ¡Te faltó entrenamiento, Paula! ¡No estás hecha para esto!” Mi cabeza y mis emociones siguieron hasta que de pronto lo terminé. Prueba 3 superada.
Y de ahí al trekking, un poco de alegría, trote, enojo, frustración, llanto, agotamiento, un paisaje increíble, perderme, lograr un poco más, seguir enojada, preguntándome en cada subida “¿Quién me manda?” Hasta que en ese torbellino de emociones de pronto llegué. Prueba 4 superada.
¿Lo había logrado? ¡Sí, lo había logrado! Logré terminar la carrera, logré terminar el desafío y yo que hasta hace unos meses no corría ni una vuelta al Club…
Qué tremendo aprendizaje, qué increíble país tenemos y qué afortunados somos de ser del mejor Club del mundo. Un gran desafío personal que comienza desde el momento en que te anotás.
¡No es una carrera, es un desafío! Es un desafío personal. Lo entiendo más que nunca.
Realmente podemos mucho más de lo que creemos.
Polly Bouquet
Una vez más este hito llena mi calendario en los primeros días de marzo. Puntualmente este 2024 fue mi quinto desafío y por más que no todos fueron iguales, hay algo que siempre se repitió: las tremendas ganas de prepararme para el próximo.
Lo he corrido en pareja con Mechi (mi mujer) y también de forma individual. Lo he hecho más tímidamente con el propósito de solo llegar a la meta y también de forma más exigente para mejorar al máximo mis tiempos. En todos los casos lo viví muy intensamente, acompañado de Mechi y de muchos amigos, con emoción, con una alegría enorme y siempre inmensamente agradecido con todos los que lo hacen posible. Es un camino largo y muy lindo el que se recorre hasta la línea de llegada, y no lo digo por los 1.8km de nado, los 3km de kayak, los 22km de bici y los 9km de trekking.
Todo esto suele comenzar en octubre cuando salen las inscripciones para el desafío y tomamos esa sabia decisión de anotarnos. Sepas nadar o no, seas buen ciclista o no, hayas corrido otras carreras o no, te aconsejo que te anotes. Vas a tener tiempo de prepararlo y de disfrutarlo al máximo. No exagero si digo que esto va a producir un pequeño cambio en tu vida.
Luego viene la etapa más larga que es la de preparación. Desde octubre hasta febrero empezamos de a poco a entrenar, planificamos las semanas y los fines de semana para siempre estar en movimiento. Vamos usando las distintas sedes y empezamos a conocer gente nueva que está en la misma situación que nosotros. Ahí ya se empieza a vivir todo lo lindo que tiene esto. Entrenamientos combinando disciplinas, juntadas, risas, muestras de generosidad y un montón de aprendizajes. Aprendizajes que van desde cómo ponerse un traje de neoprene, como mejorar la brazada/patada, hasta aprender a bajarse muy cansado de una bicicleta y ponerse inmediatamente a correr sin que las piernas te respondan. Todo se aprende y todo se mejora. El objetivo es disfrutarlo y llegar a ese día de la carrera preparados de la mejor manera.
Pasada toda la etapa de entrenamiento, llega ese día tan esperado. Armamos el bolso con todos los cuidados de no olvidarnos nada, subimos a un avión y volamos a Bariloche. De a poco van llegando los 170 socios y amigos a esta sede tan especial. ¡Qué lindo momento! Se generan charlas espectaculares donde se reviven entrenamientos o anécdotas de años anteriores. No es momento de compararnos con nadie ya que todos somos muy distintos y cada uno tiene su historia y sus objetivos. Es momento de divertirnos, de dar tranquilidad a los primerizos y aprender de los más expertos.
Después de dos días de tranquilidad en la sede Refugio Catedral, el sábado 9am comienza ese desafío que tanto preparamos. El ambiente que se vive es único: nerviosismo, ansiedad, felicidad y una energía latente a punto de liberarse cuando suene el silbato. De la carrera en sí puedo decir que atraviesa paisajes inigualables: aguas cristalinas, acantilados rocosos, bosques, senderos, bumps, arroyos y vistas panorámicas únicas. Y también puedo decir que se arranca con las baterías llenas y cuando estamos en la última etapa ya no quedan baterías y solo queda esa fuerza que sale del corazón y que nos hace llegar hasta el final. Llegamos los 170 y llegamos todos con una sonrisa inmensa. Esa llegada generó un cambio en mi vida.
¡Hasta el próximo desafío!
Juan Pedro Elizalde
¡Gracias a los dos por sus testimonios!