Equipo de cubanos abriendo huella en la nieve mendocina
Luego del ascenso del Tromen en 2021, la Capitanía quería organizar una expedición con nuevos desafíos. ¿Por qué no un invernal? En Vallecitos, Mendoza, hay varios picos. Decidimos intentar subir el Adolfo Calle (4.270 m) y su vecino, Stepanek (4.180 m).
Se fijó como fecha tentativa el fin de semana largo de junio, estimando que para entonces iba a haber nieve, por lo menos en las cumbres. Las fuertes nevadas de fines de mayo fueron prometedoras, así que entonces confirmamos el viaje. Al grupo base, conformado por Iván Bonacalza (director de la Escuela de Esquí y Andinismo de CUBA), Facundo Beltrán, Lucas Young, Juanjo Villar, Agustina Fanelli y Carlos Menéndez, se incorporaron Franco Macchi y Alcides Massa, del CAB. Por razones de agenda no pudieron venir ni Kitty Rosso ni Matías Corradi, que habían estado en el Tromen el año pasado.
Salimos de Buenos Aires el jueves 16 de junio, encontrándonos esa noche a cenar en Potrerillos. Iván y Alcides viajaban directo desde Bariloche. A primera hora del día siguiente, nos dirigimos al Refugio Ski y Montaña de Vallecitos, a aproximadamente 2.900 metros de altura. A las 11 horas iniciamos una caminata de aclimatación, subiendo el Cerro Loma Blanca. En principio era una caminata liviana, sin mochila y en zapatillas. Durante la subida, que resultó ser bastante demandante, nos cruzamos con varios grupos que estaban haciendo la “Cadenita”, un trekking que une el Lomas Blancas con varios otros cerros (Arenales, Andresito, etc.), dejando siempre al oeste el cerro San Bernardo. En una parada, mientras almorzábamos (una vianda limitada, que no había considerado lo prolongado de la marcha, y especialmente que Juanjo estaba haciendo ayuno intermitente), un matamico andino nos acompañó, buscando algo de comida. Llegamos a la cruz que indica la cumbre del Lomas Blancas (3.650 m) y al sitio que recuerda al andinista Federico Campanini (quien falleciera en el Aconcagua en enero de 2009). Hacia el oeste, detrás del San Bernardo, se veía un valle y la zona de campamento de Veguitas, donde nos íbamos a dirigir al día siguiente.
La vuelta fue por un trayecto más corto, que requirió mucha concentración: bajamos por un pedrero con una fuerte pendiente, que, en partes, tenía piedras inestables del tamaño de una sandía. ¿Qué hago acá en zapatillas? me pregunté más de una vez. Terminamos el descenso en un acarreo que recorría los medios de elevación del centro de esquí (actualmente abandonado). Llegamos al refugio cansados y hambrientos (nada que unas crackers con atún no puedan solucionar), pero contentos por haber comprobado que nuestros cuerpos habían reaccionado positivamente, ascendiendo un desnivel de más 700 metros a esa altura. La etapa de aclimatación estaba cumplida; estábamos listos para el desafío del día posterior.
En el refugio nos organizamos para cocinar unas pastas con salsa, y discutir los últimos detalles del ascenso planeado: qué comida llevar (un par de almuerzos de marcha, una cena, un desayuno) y qué equipo subíamos (finalmente había nieve solo en los tramos de mayor altura, pero de todas formas decidimos llevar los crampones).
Al día siguiente preparamos las mochilas y equipos y a las 10:30 partimos hacia nuestro campamento de altura. En el sendero, que subía recorriendo un pintoresco arroyo, dejando a la derecha la zona húmeda o mallín (en Mendoza se les denomina “Vegas”), nos cruzamos con varias expediciones que estaban volviendo de la montaña. La relativa cercanía de Vallecitos a la ciudad de Mendoza hace que sea un sitio relativamente concurrido, especialmente durante ese fin de semana largo. Finalmente, cerca de las 12:30 llegamos al campamento de Veguitas Superior (3.460 m).
Nos encontrábamos en un valle bien amplio; hacia el norte se veía el cerro San Bernardo. Hacia el suroeste estaba el cerro Franke. Hacia el oeste se encontraban el Adolfo Calle y el Stepanek, con una desafiante rampa que los precedía. Mas atrás se cerraba un circo, donde se encontraba el Campamento del Salto, que servía de acceso hacia el cerro Vallecitos (5.450 m) o el Plata (casi 6.000 m).
La primera decisión importante fue ubicar las carpas. Encontramos un lugar reparado del viento donde armarlas. Al comenzar a sacarlas, nos dimos cuenta de que faltaban los parantes de la tercera carpa, donde íbamos a dormir Facundo y yo. ¿Nos animamos a vivaquear esta noche? ¿Tendrán espacio en las carpas de los campamentos vecinos? Bromeábamos. Finalmente dormimos 4 en cada carpa, si bien no estábamos del todo cómodos, no fue tan complicado.
Una vez instalados, regulamos los crampones e hicimos un par de viajes al arroyo para buscar agua (nos hubiera sido útil contar con un bidón de 5 lts. para esa tarea). Aproximadamente a las 17:30, al ocultarse el sol detrás de las montañas, comenzó a bajar fuertemente la temperatura. Calentamos arroz, que comimos con galletitas directo de la olla. Mientras cocinábamos, conversamos con varias expediciones; algunas habían realizado el ascenso al Adolfo Calle y Stepanek, y nos comentaban que había bastante nieve en la parte superior de la montaña. Apenas pasadas las 19.00 nos metimos en las carpas. Nos quedamos conversando unos minutos, pero antes de las 20.00 ya nos habíamos dormido.
Planeábamos despertarnos a las 6 am, para salir a las 8 hacia las dos cumbres. A pesar del frio, había que cuidar la hidratación. Algunos debimos tomar cerca de un litro de agua esa noche, lo que nos obligó a salir de la carpa a orinar. A pesar del frío, se observaba una noche clara, con una amplia luna menguante y hacia el este, el resplandor de la ciudad de Mendoza.
Más tarde, adentrada la noche, comenzó a soplar un viento cada vez más fuerte. Las carpas se empezaron a sacudir violentamente. Facundo salió a recorrer los vientos, para verificar si las piedras estaban correctamente sujetas. Pero las rachas no aflojaban. A las 6 am Iván salió a chequear las condiciones climáticas. En un primer momento, decidimos esperar un par de horas, a ver si el viento amainaba. Mientras desayunábamos se hizo evidente que no se podía intentar el ascenso ese domingo. Había que armar las mochilas en las carpas, todo se volaba. Con paciencia, logramos desarmar las carpas entre varias personas, y finalmente cargarlas. El viento frío hacía que nuestras manos se muevan con torpeza, trabando los cierres de camperas o haciendo difícil la simple tarea de atarse las botas. Yo había perdido un cordón de mis botas, lo reemplacé con un cordón azul de repuesto que tenía (por suerte) en la mochila.
Una vez que todo estaba acomodado, nos reunimos a charlar brevemente sobre qué criterios se aplicaron en decisión de no subir (luego nos enteramos de que en otras expediciones hubo mochilas que se volaron y carpas que se rompieron) y sobre las precauciones a tomar durante la bajada, con fuerte viento de espalda, que cada tanto nos intentaría voltear.
La vuelta fue bastante rápida. Nos cruzamos con unas pocas expediciones que, pese al fuerte viento, habían decidido subir. El tiempo estaba desmejorando, con pronósticos de viento y algunas nevadas para los próximos días.
Cerca del mediodía llegamos al estacionamiento del Refugio Ski y Montaña. Brindamos brevemente con la lata de espumante que habíamos llevado para la cumbre del Adolfo Calle, y comimos los espectaculares sándwiches que había preparado Iván para ese día de marcha en ascenso. Nuevamente abrimos la última lata de atún, acompañándola con galletitas. Recolectamos los equipos que nos facilitó el club y nos despedimos. La montaña no nos dejó subir ese día, pero todos lo interpretamos como una invitación para volver sin falta a visitarla.