¿Qué es lo que hace a una persona lanzarse a aprender este arte japonés? Y ¿por qué es posible (y bueno) embarcarse en tal aventura? Nuestro consocio Daniel Rito lo responde
Próximo a cumplir los 60 tenía ganas de seguir haciendo ejercicio, pero todo me parecía aburrido, repetitivo. Rumiaba estas cosas cuando encuentro un amigo que me comenta: "¿Por qué no probás Aikido, el arte marcial japonés? No es confrontativo, evita la violencia, no es competitivo, busca la armonía del cuerpo, la mente y el espíritu. Sus movimientos son tan letales como suaves, circulares, naturales. Mucha elongación, respiración y abandono de uno mismo."
Esto me dejó pensando, pues muchos de esos conceptos tan vastos me despertaron curiosidad, y ¿por qué no?, un poquito de escepticismo.
Fui. Sin ninguna ropa especial más que un jogging y una remera, pero con mucha expectativa. Y descubrí una dimensión diferente: Un entrenamiento intenso donde todos, muy respetuosamente, se preocupan de no lastimar al otro y, al mismo tiempo, de exigirlo para mejorar su técnica. Un trato casi sacramental al Sensei (Maestro), siempre dispuesto a compartir su conocimiento con extrema suavidad en el trato, una sonrisa que invita a seguir su consejo y una firmeza (unida a una armoniosa levedad) en sus movimientos que, sin entender qué pasó, me hace terminar invariablemente "reboleado" en el tatami. Claro que antes nos enseñan a caer, de manera que podamos seguir avanzando...enteros. Un clima de respeto, cordialidad y marcialidad. Una combinación, para mí, perfecta.
En el camino, lento (a veces frustrante pero siempre vivificante), voy aprendiendo que ni siquiera la técnica es tan importante sino lo que "la práctica de la técnica" va produciendo en mi interior: paciencia, concentración, perseverancia, a estar pendiente de cuidar al compañero de práctica, a dar lo mejor de uno para que ambos saquemos el mejor provecho del movimiento.
La vastedad de los movimientos y las técnicas del Aikido son infinitas, inabarcables. Pero el practicarlas metódicamente me produce un mejoramiento (cuerpo, mente y espíritu) en todas las direcciones imaginables. Y lo que me parece increíble, casi mágico (más allá de la armoniosa y asombrosa efectividad de sus movimientos) es que puedo verme progresar en este arte. Aun arrancando a los 60.
Lamento no haber empezado antes, pero peor hubiera sido no haberlo descubierto nunca.
Daniel Rito